Atlético Nacional hasta 1970 había sido un equipo que salvo el título del 54 y el subtítulo del 65, les había dejado el protagonismo a sus rivales. Era animador y participante, pero no candidato. 22 años después de fundado el torneo, el verde se preocupó por armar una escuadra de respeto que reorientó la filosofía nacionalista, modificó las costumbres de sus hinchas, amplificó el impacto mediático, desarrolló la pertenencia a niveles insospechados y ensanchó las vitrinas. Un futbolista fue el culpable de la permutación: “La Chancha”, un hombre que le anotó en Colombia, a todos los equipos que enfrentó.
Abanderado de la evolución del equipo, al elenco Verdolaga había llegado un líder, un verdadero reclutador de emociones. Dormía el ritmo para despertarlo, aceleraba cómo y cuándo correspondía, apelaba a un lujo al servicio del engaño y de la efectividad, formulaba paredes como arquitecto en oficina con Gómez y Tamayo, y remachaba la faena con un bombazo al ángulo. Realmente memorable. Dejó señales de su sabiduría para leer, entender y alterar un partido. Prestigió la plantilla nacionalista por su buen pie y las pinceladas a las que acostumbró a la gente. Su pulcro manejo de balón y su gambeta atrevida hacen parte de los mejores recuerdos para quienes ostentan más de cinco décadas de existencia.
Desde sus inicios en la Institución en 1970 se notó que nadie entorpecía los recursos de su voluntad y se mostró capaz de cortar cintas inaugurales en tierras enemigas, ganando repetidamente entre el 70 y el 73 en terrenos en donde antes solo hubo lágrimas como en Bogotá con Millonarios, en el Pascual con Cali y en el Romelio con Junior. Anotó 45 veces con Nacional en casi cuatro años con el Club, más de 10 por temporada para un armador es un dato enorme, pero además de ello, manejó con brillantez la pausa y la circulación de la pelota y dejó entender que en los amplios potreros de la por entonces muy campestre Buenos Aires, había aprendido que la audacia era un camino sin peajes hacia la victoria.
Su campaña del 73 fue envidiable y la remató con el título para Atlético Nacional, esquivo desde hacía 19 años. Sus brazos en alto en el Pascual Guerrero dándole la espalda a la cámara, su última imagen vistiendo los colores verdolagas, dejó también una postrera sensación: En esos inicios de los setentas, Atlético Nacional sin dudas era conducido magistralmente por alguien que lucía en su casaca un número 10 que lo identificaba y, además, lo calificaba. Lamentablemente una lesión le hizo entender que era hora de bajarle el telón a su inolvidable función y se marchó teniendo aún mucho para ofrecer. Quizás ese saberse ir, lo hizo más grande aún.