El jugador más difícil de describir. Dónde encontrar palabras para referirme a alguien de quien escribí libro, revistas y artículos por doquier. Intentarlo se puede. Víctor Aristizábal es el mayor goleador de la historia verde. En Colombia, en Libertadores, en el clásico paisa, ante Millonarios, Junior, Cali, América, Bucaramanga, Tolima y varios equipos más. Nadie más que él, anotó en esos torneos, o ante esos equipos, vestido de verde y blanco. Empezar por este costado de sus actuaciones en Atlético Nacional es pisar muy fuerte sabiendo que hoy los goles se cotizan en libras esterlinas.
Debutó en 1990 haciendo goles y se despidió en 2007 vapuleando redes contrarias. Su tarjeta de presentación, su pasaporte, su credencial, fue el gol. Fue un 9 fluctuante, con interesante diálogo futbolero con los punteros y con los volantes internos, pero su afición era el área. Dada su técnica, colaboró en muchas ocasiones como armador, porque podía ser enganche y media punta, pero también una sombra molesta cuando el equipo perdía la pelota y se necesitaban volantes que entorpecieran la circulación del adversario. Aún así marcaba seguido sin importar arrancar 15 o 20 metros más atrás. Y en la suma de atributos, “Aristi” almacena todos los elogios.
Se fue tras siete años de mancillar el espíritu deportivo de todos sus rivales en Colombia, dejando a sus 25 años más de 120 tantos festejados y acaparó aplausos en otras latitudes. Volvió en 2000 y aumentó su tamaño de busto a estatua para la memoria del Club, pero su fútbol aún era pretendido por el balompié del exterior que lo volvió a solicitar para arrancárselo a la afición verde. “Aristi” es sin dudas uno de esos jugadores que uno lo quisiera siempre con esta camiseta. Editar todas las imágenes de noticieros y tapar los titulares de periódicos para que nunca lo vieran y no se lo pudieran llevar al exterior, hubiera sido una linda fórmula para evitar su partida. Para 2005 ya tenía tantas ganas nuevamente de esta camiseta, que creó el escenario para su desembarco. Nunca antes, y jamás después, alguien había vuelto como La Leyenda del Gol, en el máximo nivel de su carrera y pretendido por clubes de élite (Cruzeiro, San Pablo, Santos). Pudo su amor por Atlético Nacional.
El pueblo lo amaba por sus dotes futbolísticas, las que uno quisiera para su hijo que apenas empieza: diagonales certeras que hacían dudar al contrario, olfato letal, un nueve sin compasión, inteligente en la contra, más que certero en el cabezazo, y con una versatilidad asombrosa para definir. Unas veces el pincel, otras el rocket, otras con guapeza, algunas más con la suerte del imán que le trajo el balón para empujarlo y varias con toques mágicos como la chilena por Libertadores en 1992 en el Pascual ante América.
206 gritos verdes hacen creer ciertamente que Nacional ya no piensa en estatua sino en efigie para el museo. Su obsesión era quedar en la historia. Por ello marcó una época, por ser atípico, por izar la bandera del nacionalismo, por portar los colores con orgullo y gallardía, por ser estandarte de dos décadas doradas de la Institución. Revise en la memoria las principales parejas de atacantes de la historia de Atlético Nacional y en los primeros 20 puestos le aparece Aristizábal 8 veces: con Asprilla, con Tréllez, con Comas, con Ángel, con Muñoz, con Perea, con Ramos y con Galván. Era tanto Aristi, que hacía ver bien a algunos otros que técnicamente no tenían su talento: Valencia, Angulo, Matamba, Ceballos, Córdoba, Echeverry… Uno de los únicos tres hombres de la historia Verdolaga en anotar en una final de Libertadores. Aquél lejano 25 de noviembre de 2007, cuando el sordo ruido de su lesión de ligamento hirió el timpano de millones de fieles nacionalistas, todos sabíamos que acababa la carrera de un hombre eternamente VIP.