El fútbol formativo de Atlético Nacional nuevamente diría presente con un rubí llegado de Apartadó. Juan Camilo Zúñiga inició su carrera deportiva como delantero y el tiempo muy pronto lo llevó al lateral derecho donde se inmortalizaría para los hinchas de Atlético Nacional. Cuando el paso del tiempo trajo los incontables canastos con los frutos de semejante siembra, el balompié Verdolaga lo acarició con gestos que le detonaron el orgullo más intenso. Zúñiga inauguró en Nacional y en Colombia el estereotipo de carrilero moderno. Y luego de afianzarse en primera, desbordó sus virtudes para acaparar elogios. Tan sencillo como esto: con Juan Camilo en la cancha se sobreentendía que había, más deseos de ganar, que miedo de perder.
El gambeteador derecho, el lateral más brasilero de la historia, siempre supo que podía tener menos estatura que los demás y por eso cobijó siempre la idea de dar más sombra. Para él, ir al frente y pasar la media cancha, era su anhelo dominical. El éxtasis de su juego. Y el clamor general. Podía desbordar y enviar un pase al nueve de turno o buscar la diagonal para sacar inesperados remates de izquierda o derecha que terminaban en pinturas para el museo verde. Sus goles a Aldo Bobadilla de Medellín y a Leandro Castellanos de Cúcuta, son dos de sus cuadros más conocidos y recordados por el nacionalismo. Principalmente el del General Santander para ganarle al cuco del momento en Colombia que venía de ser subcampeón de América.
Fintas, regates, dribbling, engaño, cambio de ritmo, espectáculo, alegría, pasar al ataque, con todo y lo que esa función significa. Para el equipo. Y para el hincha. El libreto seducido por la astucia improvisada que implica esa acción de soltarse desinteresadamente a buscar un espacio al frente para ofrecer el arte propio. Todo eso brindaba Zúñiga en Nacional. Lo llegaron hasta a poner de volante de creación, lugar al que solamente asoman quienes tienen capacidad superior (Diego Osorio). Pero fue por desespero de no encontrarle solución a la despedida de Aristizábal y la venta de Aldo Ramírez. Hasta que se fue a mitad de 2008 al fútbol italiano, nos dejó despojados de tan radiante capacidad y entonces no tuvimos paredes donde recostarnos.
La era post Zúñiga se inició para el segundo semestre de 2008. Luego de él, habitaron muchos ese lugar, pero ninguno fue ídolo: Marlon Piedrahita, el brasilero Baiano, Freddy Machado, Juan Guillermo Arboleda, Stevenson Santana, Víctor Giraldo, Joaquín Pitre, Julián Franco y Elkin Calle. El desespero dio también para recostar a ese lado a Juan Carlos Mosquera y Francisco Nájera, retrasaron a Daniel Santa, Daniel Arango, Alejandro Bernal, Diego Arias y hasta a Wílder Guisao, Félix Micolta y Rodin Quiñones. Pero entre Steffan Medina, primero, pero esencialmente Daniel Bocanegra, después, comenzaron a hacer olvidar, seis años luego del adiós, al crack de Urabá. Nacional sufría tanto, sin Zúñiga, como Brasil sin Pelé.
Si es verdad que la verdadera riqueza son los momentos, Juan Camilo Zúñiga nos hizo millonarios. Consiguió su salto de calidad más retrasado en el terreno de juego desde donde explotó todo su virtuosismo. Y poco a poco pasó de ser un instrumento que acompañaba, al solista de la banda. Fue el toque de distinción que le faltaba a la sólida estructura para conseguir el primer bicampeonato de la historia. Quienes tenían como misión marcar al lateral, luego del partido no podían dormir con tantos demonios cerca de sus almohadas. El día que JCZ vuelva, Nacional necesitará un estadio para 80 mil espectadores.