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Grandes ídolos

Juan Pablo Angel

CARRERA PROFESIONAL:

Otro futbolista hecho en casa. Cuando en 1993 Juan Pablo Ángel vestía sus primeras veces la casaca verde, nadie visualizaba lo que estaba por venir: goles inmaculados y hechos inusuales en esta historia. A la par de su crecimiento, Ángel experimentó una carrera que provoca suspiros desde su bautismo de gol en Cali ante el cuadro Azucarero: anotación de título a Medellín en 1994, goles definitivos en fase de grupos de Libertadores 1995 que definieron la clasificación, grito sagrado en final de Libertadores para Nacional (solo tres jugadores lo hicieron en la historia, Uzuriaga, Aristizábal y él), campeón en Colombia y vuelta olímpica en Interamericana con el equipo del cual es hincha confeso, le apuntan simple y llanamente a la adolescencia de un hombre que estampó su sello en el Club.

Venta al exterior, ídolo en River Plate, campeón en Argentina, integrante de una banda conocida como “Los 4 Fantásticos”, megaestrella en Inglaterra, figura pública en USA y retorno triunfal a Nacional, bordaron el derrotero del hombre que ya era símbolo de generaciones. El jugador más responsable de la historia nacionalista siempre estuvo dispuesto a la solidaridad en el esfuerzo, se cansó de tirar líneas de pase, tuvo sacrificio para pasar la línea de la pelota, recuperó balones lejos de su posición natural, persiguió centrales y laterales a quienes les dificultó su labor, fue el primero en la fila de las prácticas y aportó, además, lo suyo: gritos desaforados de gol.

Cuando Ángel volvió a aterrizar en Medellín 15 años luego de su partida encontró una ciudad diferente: menor índice de violencia, innovadora, con un sistema de transporte público modelo y una apertura económica digna de una metrópoli que ahora lo recibía, con habitantes verdes muy distintos a los que había dejado en el 97, como a un mesías. Y él volvió para entregarse con esa disciplina que lo caracterizó y con la cual rubricó su éxito. Representó el mecanismo clave y la rutina perceptible que fortalecieron un modo de trabajar y esparcieron la mística que se quería cosechar. La plantilla latía al ritmo que Ángel bombeaba desde su llegada a la sede. El profesionalismo era su vida, el sol que hacía girar la médula de su existencia. Y para eso fomentaba la interacción fluida entre todos los jugadores: el arquero y el defensa, ambos y el volante, los tres y el delantero, todos y el técnico.

Dueño de un coraje para entrenarse pocas veces visto, otra de sus virtudes fue ofrecer diariamente a sus compañeros ese atributo, el cual mantuvo durante su paso por Nacional, para generar espejos con sus métodos que aceleraron el paso de varios futbolistas al exterior: Medina, Cardona, Guisao, Murillo… Con el hambre de gloria saciada por su repertorio internacional y con las finanzas pobladas de los ceros imprescindibles para garantizarle el bienestar a su descendencia, las únicas asignaturas por realizar estaban en su interior: darle al verde la grandeza que vio lejos de nuestra frontera. Y a partir de allí dio un permanente ejemplo vital a partir de una conducta que siempre fue su valor agregado de origen.

No faltó quien se atreviera a proponer que Ángel regresaba a robar. Sus 22 goles por Liga, Copa Colombia y Sudamericana en dos años, ¡¡¡Y CON ROTACIÓN!!!, le truncaron la posibilidad colectiva a ese suspicaz argumento. Soy más de esgrimir otra idea: no es casualidad que haya vuelto para el tetracampeonato que consiguió. Por su aporte futbolístico, por su sagacidad conceptual, por su sólido esfuerzo, por su robusta decisión de trabajar de forma insoslayable por el crecimiento continuo y por esa conciencia profesional nacida desde la cuna del goleador.