Rueda y sus dirigidos conquistaron el título de Colombia, clasificaron a la Libertadores y escalaron a otro nivel en la consideración popular.
Categoría: Historia
SÉPTIMA CORONA INTERNACIONAL
Atlético Nacional sigue ofreciendo títulos, logros, alegrías y vueltas olímpicas. Es su tradición y la extiende tan naturalmente por Colombia y el continente. Una nueva corona adorna desde el 10 de mayo las oficinas verdes: la Recopa. Además de la Libertadores, la Merconorte y la Interamericana, llega este cuarto laurel internacional para no solo decora la vitrina sino que sirve para definir una historia: GRANDE.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Continue reading «SÉPTIMA CORONA INTERNACIONAL»
LA CORONA 26
Los hombres de la gesta en Barranquilla nos entregaron la vuelta olímpica 26 de la historia, pero además la felicidad de traerla desde la Costa Atlántica por primera vez en la historia. Aplausos significativos para quienes tuvieron una brillante actuación en el Metropolitano y pudieron allí sentenciar la identidad, la filosofía y el estilo de un equipo que fue completamente superior a su rival y que sentenció gracias al gol de Andrés Felipe Ibargüen otro laurel más para la Institución.
Continue reading «LA CORONA 26»
Título 25 de la historia
Atlético Nacional volvió a clavar su bandera en el techo de América y conquistó como en 1989 la Copa Libertadores. Reinaldo Rueda y sus actores protagónicos entregaron una función digna de cine convirtiéndose en el mejor elenco del continente. Felicitaciones a todos quienes se alegraron con un campeonato que engrandece nuestro fútbol y le da nombre al país.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
SEGUNDA SUPERLIGA
Para registrar las imágenes de forma eterna en nuestro corazón, contamos las mejores acciones de otra Superliga ganada por Atlético Nacional en su historia y con la cual accedió a la participación en la Copa Sudamericana del segundo semestre de 2016. La vuelta olímpica 24 de los verdes en su historial, como casi siempre, ante su parcialidad, que no se cansa de izar los brazos al cielo.
15 ESTRELLAS EN EL FIRMAMENTO
Atlético Nacional volvió a ser campeón en Colombia pero esta nueva vuelta olímpica trajo consigo un festejo aún mayor: por primera vez en 69 años de historia, el verde de Antioquia es el equipo más ganador del fútbol colombiano en cuanto a títulos ligueros se refiere, porque ya en la Era Osorio, sumadas todas las copas, ostentaba esa distinción. Repasemos la gloria Verdolaga.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
HOMENAJE A LOS TRICAMPEONES
Atlético Nacional conquistó su tercer título de forma consecutiva, su primer tricampeonato de la historia, la estrella 14 y el título 22 de su frondosa vida, erigiéndose como el campeón más sagrado del fútbol colombiano. De inmediato, sus jugadores y su Cuerpo Técnico se instalaron en las paredes del Club. Crónica.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Continue reading «HOMENAJE A LOS TRICAMPEONES»
Homenaje a los Tricampeones
El regalo de papá
Atlético Nacional escribió su página más gloriosa a nivel local y levantó las tres coronas del 2013 en el ámbito colombiano. Tras vencer al Cali 2-0, JC se confirmó como el mejor técnico de Colombia y sus dirigidos demostraron que lo colectivo prima sobre lo individual. El Verdolaga, además, le entregó una alegría inmensa a su afición.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Atlético Nacional escribió su página más gloriosa a nivel local y levantó las tres coronas del 2013 en el ámbito colombiano. Tras vencer al Cali 2-0, JC se confirmó como el mejor técnico de Colombia y sus dirigidos demostraron que lo colectivo prima sobre lo individual. El Verdolaga, además, le entregó una alegría inmensa a su afición.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Se acabó, todo culminó. Hace segundos concluyó el año más maravilloso de la historia de Atlético Nacional a nivel local. Mi puño contra la pared del vidrio de la cabina radial donde relatamos el partido, enmarcaba un tricampeonato jamás logrado por equipo alguno en Colombia. Detrás del cristal, un pueblo en llamas vestido de verde y blanco disfrutaba de un recuerdo memorable para los anales de la historia del fútbol de mi país. El vidrio separaba las emociones, no el destino del corazón envuelto en un placer conjunto incontrolable.
Se acabó, todo culminó. Levanté mis manos. Lloré, me abracé con los compañeros de transmisión, con amigos, con conocidos, con desconocidos con quienes nos unía una felicidad irrepetible. Comencé a temblar. Grité. Sentí orgullo, miedo y satisfacción. Miré al cielo, cerré los ojos. Recordé la lamentable pérdida de mi madre. Hice cuentas. Desde que ella partió de este mundo el 26 de junio hasta esta magnífica coronación, Nacional solamente perdió cinco partidos ante Patriotas, Chicó, Cúcuta, Bahía y San Pablo en 47 partidos oficiales. Algo me decía que ella había hecho algo. Mi corazón me exigía pensar así. Mi recuerdo imborrable de su imagen me indicaba que ese era mi eterno agradecimiento por su memoria. Por su educación. Por su enseñanza. Nacional tricampeón. Te amo mamá.
Se acabó, todo culminó. Atlético Nacional se llevó todas las coronas del 2013. ¿Quién me habrá observado en mi silla, acaso atrapado por un extraño conjuro? ¿Quién habrá visto mi alma más sana que nunca, más pura que nunca? ¿Quién me habrá analizado en el momento en que mi corazón parecía el motor de un transbordador espacial? Atlético Nacional tricampeón 2013. ¿Acaso alguien notó que mi pulsación estaba fuera de límites? ¿Pudo alguien percatarse que detrás del vidrio 44 mil almas rugían con la fuerza de la inocencia de volver a gritar la palabra sagrada? ¿La que con el profesor Osorio se hace cada vez más familiar? Claro que sí. Se notaba porque todos vivíamos la misma sensación bañada en el sentimiento de hinchas. De fieles seguidores de la causa más ganadora del fútbol de nuestro país. En el casino del fútbol Nacional lograba el mejor blackjack de su historia al conseguir la 21 en el escenario ideal: delante de todos y con relancina de figura y as.
Se acabó, todo culminó. Viendo en mi propia piel ese toque mágico de la ansiedad, y notando que los vellos comenzaban a separarse del cuerpo, bajé a la cancha. A observar de cerca la fiesta que se extendía por todo el país. A estar al lado de quienes hicieron historia. A otear desde un lugar único al magnificente pueblo Verdolaga encontrándose en esa inexplicable situación de gritar campeón. A ser testigo de la gloria de sus jugadores y la felicidad de la gente. A imaginar escenarios para poder escribir estas letras. Como el del señor sin piernas en oriental que pudo caminar con sus ídolos en esa alocada vuelta olímpica que no se borra de la mente. Como los niños desbordados de occidental que apenas comienzan a transitar el sendero del equipo más ganador de la historia. Como la gente de norte rindiéndose al encanto de JC, que para ese momento ya tenía su camisa por fuera de su vestimenta, pero su don por dentro del alma de la gente. O la inmaculada afición de sur que ejecuta una fiesta de la que se pegan todos y pareciera que su recital mereciera no estadios, sino teatros.
Se acabó, todo culminó. A mi lado se veía solamente un color, que nuevamente era más de uno que nunca. El verde se paseaba en frente de mis ojos, bañados en ese momento elegido de los mejores recuerdos por nerviosas lágrimas que le daban un tinte especial a esos segundos, y una añoranza importante a un 15 de diciembre que no se olvidará jamás. Recordé que había llegado al estadio temprano. Atado a miedos, angustias, sensaciones de desconfianza por lograr lo impensado. Pero la gente a mi paso me llenaba de confianza. Y a la llegada del equipo y ver de cerca sus rostros, inmediatamente los temores desaparecieron. Estaba frente a gente profesional y ganadora por excelencia. Ya en el momento del partido, sentado en la silla de la cabina de transmisión y viendo como el estadio se me caía encima con su fervor, espanté el nerviosismo que había nacido en Cali en el partido de ida en el cual había nacido la posible desconfianza. Porque vale la pena recordar que en el Pascual Guerrero en los primeros 90 minutos, Nacional había tenido suerte de campeón, especialmente en esa jugada de la devolución de Murillo a Neco en que el balón y su efecto fueron obedientes con el mejor equipo de Colombia.
Se acabó, todo culminó. El camino Verdolaga del segundo semestre del año fue tan diferente al del primero. En aquel título nadie creía. En este, todos estaban seguros. 2013 I fue el premio a la construcción del proceso. 2013 II fue el laurel al postgrado. Por eso la gente cantaba. Y su canto me invitaba a sumarme. Ver al pueblo feliz, me indicaba que este equipo, sus jugadores, su cuerpo técnico y sus directivas, le habían cumplido a la gente. Vencieron en tres finales del año a tres equipos con historia: Santa Fe, Millonarios y Cali. ¿Acaso una mayor superioridad? Una verdadera alabanza a quienes querían ganar. A quienes exigieron tantas cosas siempre. A quienes inclusive, no creyeron.
Se acabó, todo culminó. Entraron los azucareros a la cancha. La rechifla general. El furor se apoderó del estadio, dibujado por una pasión casi demencial. De un momento a otro solamente se veían humo y papelitos. Intuyo que debajo de esa escenografía, el pueblo se pestañeaba con las mieles de la leyenda, con la pupilas de quienes predicen la historia. Hombres, mujeres y niños, se me unen en el sentimiento de tratar de encontrar el momento sublime de la comunión nacional. Un cordón invisible a todos, nos une en el clímax de buscar lo esperado en un escenario donde podría ocurrir lo inesperado. Por eso las voces se juntaban en coro y estruendo para evitar el propósito azucarero. El maltratado y querido torneo colombiano estaba a punto de concluir faltando solamente la última función, que bañaría de gloria al verde de la montaña.
Se acabó, todo culminó. Empieza el partido, el ambiente se distensiona, la tribuna se relaja, los nervios le ganan el partido al fanatismo. Lisarazo patea y ataja Neco. Nacional no encuentra espacios. Los cigarrillos se prenden. Las uñas desaparecen. La marca del Cali parece compacta, sin imponer absoluto respeto. Aparece en un rincón de nuestra memoria el recorrido del semestre, la supremacía intachable del mejor equipo de Colombia y aumenta la esperanza. Nacional empieza a tener más la pelota. JC desde el banco da instrucciones. Arias guapea cada pelota, Cárdenas corre como si tuviera más aire que todo el Amazonas, Duque disputa cada balón como si fuera el último de su vida. ¿Sabrá Jefferson que llegó a su destino de héroe no solo por sus goles, sino por esa entrega especial que hace que el pueblo unánimemente lo elija sin saberlo?
Se acabó, todo culminó. Marcaciones en zona. Concentración absoluta. Drama en las tribunas y frente a los televisores. Tiro de esquina. Una fortaleza del verde por hombres como Henríquez, Ángel y Nájera que no estaban en la final, pero además como Peralta y Murillo que sí actuaron. Oscar Murillo. Defensor. Especialista. El hombre que ofrece posibilidades ofensivas. A su cabeza apunta Nacional. Y en su cabeza comienza a ganar Nacional. El testazo del defensor es desviado por Camacho, descontrolado Mondragón, balón a la red. Y sabemos qué significa para un alma nerviosa que el balón bese la red a favor: primero que el rival acuse el impacto y segundo que el corazón propio también sienta el estallido de la euforia. El hondo y cruel silencio en Cali se escuchó en el Atanasio Girardot. El lado izquierdo del pecho del pueblo más popular de Colombia comenzaba a lastimarse con el repiqueteo infernal del músculo del amor incondicional a la causa.
Se acabó, todo culminó. El trámite del encuentro vuelve a ser parejo. Termina el primer acto. Un cuarto de hora para el remanso de los músculos. No está nada mal. Todo va por buen camino. Este equipo que difícilmente sostenía las ventajas en el primer semestre, se notaba más maduro en el segundo y ese dato tranquilizaba la mente. El partido en el complemento se vuelve a hacer más parejo, aunque sin opciones de gol para la visita. Nacional es hermético, seguro y confiable. La disciplina táctica de sus hombres es perfecta. En ningún momento el Cali hace prevalecer el “terrible” funcionamiento que dio para que los medios caleños y capitalinos le dieran como el favorito de la final. El espectáculo, cargado de emoción, comenzaba a encontrar situaciones favorables a Nacional con opciones en el arco norte. Hasta que el balón aéreo de Murillo es bajado por Berrío para que Duque, jugador inmenso con destino heroico, sentencie la situación de pierna derecha. La fiereza del Cali se ve aturdida. Al partido le faltaban minutos, pero la sensación se reflejaba resuelta.
Se acabó, todo culminó. Gana Nacional sin pegar, sin protestas, sin simular faltas, sin patear de punta y para arriba la pelota. Con altivez. Con decoro. Jugando con fidelidad por el proceso con el cual desembocó en el mejor equipo de la historia colombiana y único tricampeón en un mismo año. MA-JES-TUO-SO. IN-MA-CU-LA-DO. El verde paisa había dejado el espacio para que entrara con altivez, la justicia. Y así era campeón de Colombia en un 2013 inolvidable. Abajo en el césped, y mientras las ceremonias carnavalescas surcaban cancha y gradería, continué acordándome de muchas cosas. De las que me hicieron militante especial de este proceso, de las dudas que se generaron en su momento, de los registros que se alcanzaron a batir, de los partidos y los goles. Había mucha gente que dábamos la vuelta olímpica con el equipo. Pero solamente los jugadores, el cuerpo técnico y los directivos podían reclamar una porción del éxito. La gloria escribió en la cancha, el banco y la Junta Directiva, a sus propios dueños.
Se acabó, todo culminó. ¿Quién lo dijo? ¿Acaso no se repiten las mismas imágenes en mi memoria cada vez que quiero ir al lugar de la emoción? No. No se acabó ni culminó, porque vivirá por siempre en los corazones y el recuerdo de la afición. Ya dejé de llorar. Ya no tiemblo. Ya no grito. Ya tengo otras metas. Porque este equipo permite la inmejorable situación del hincha de dejar a un lado un pasado exitosísimo, para proyectar más metas. Viene la Copa Libertadores de América, la Copa Sudamericana, otros cuatro torneos colombianos. Camino por sur, oriental. Troto por norte y occidental. La alegría es única. Cierro los ojos. En algún lugar de alguna de esas graderías, creo que veo a mi mamá.
2013: Bicampeones en Copa Postobón
Atlético Nacional conquistó nuevamente la Copa Postobón y se convirtió en el primer bicampeón del torneo alterno en Colombia. Los verdes siguen dejando registros, sumando estrellas, aumentando sus participaciones en el continente y dejando una estela inigualable. Felicitaciones, CAMPEÓN.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Atlético Nacional conquistó nuevamente la Copa Postobón y se convirtió en el primer bicampeón del torneo alterno en Colombia. Los verdes siguen dejando registros, sumando estrellas, aumentando sus participaciones en el continente y dejando una estela inigualable. Felicitaciones, CAMPEÓN.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Nacional es un virus en la sangre que no tiene fin y que se extiende cada vez más por todos los rincones de la pasión. En un año fantástico, en el que aún pueden lograr más satisfacciones, los verdes vencieron en la final de la Copa Postobón a Millonarios y cerraron una participación magnífica en el torneo que da cupo a la Copa Sudamericana con 13 victorias, dos empates y tres derrotas (las tres fueron en fase de grupos y se dieron cuando el verde ya estaba clasificado y actuaba con equipo alterno entre algunos profesionales y muchos juveniles).
En etapas decisivas de la Copa Postobón, 8 en total entre 2012 y 2013, el técnico Juan Carlos Osorio jamás perdió un partido de 16 disputados. Repasemos: Octavos de Final 2012: 2-2 y 3-2 a Santa Fe, Cuartos de Final 2012: 2-1 y 2-1 a Tolima, Semifinal 2012: 1-0 y 1-0 a Chicó. Final 2012: 0-0 y 2-0 a Pasto. Octavos de Final 2013: 3-0 y 1-0 a Pasto. Cuartos de Final 2013: 1-0 y 1-0 a Quindío. Semifinal 2013: 2-0 y 1-0 a Alianza Petrolera. Final 2013: 2-2 y 1-0 a Millonarios.
El fantástico día en que se volvió a derrotar a Millonarios en una final, registro imborrable para el aficionado Verdolaga, el estadio se quería estallar. Ni la lluvia que cayó toda la noche pudo emancipar las ilusiones de un pueblo acostumbrado a las grandes conquistas. Ganarle a Millonarios, completar la histórica faena de vencer a los dos elencos bogotanos en el mismo año en dos finales diferentes, ganar dos copas Postobón sin perder un solo juego en rondas de eliminación directa, ser el primer bicampeón del certamen, volver a la Sudamericana, ser el primer elenco desde que existen los torneos cortos en clasificar a las dos copas internacionales y la alegría de gritar campeón, son datos incomparables de la felicidad que vive por estos días el pueblo verde.
Los jugadores aún le muestran la Copa a los aficionados en el Atanasio Girardot. El cansancio del rostro no esconde la alegría tremenda de sentirse vencedores. De la gradería baja una música que endulza los oídos. El grupo que ha demostrado una personalidad creciente para aguantar presiones de toda índole, ha consumado otra obra de incuestionable practicidad y dejaron la sospecha de que tienen más de lo que mostraron.
Juan Carlos Osorio ha levantado su cuarto título con Nacional y se encumbra como el más grande de todos los tiempos, solo superado por Maturana y su Libertadores. Es obvio lo del risaraldense: el equipo habla por él y este Atlético Nacional es un conjunto devoto del sacrificio alrededor del criterio colectivo. Primero son los sueños de todos. Por ese camino, llegan los individuales. Y así fabricaron la fantástica noche del 17 de noviembre de 2013, un pasado hermoso para recordar en Nacional cuando vimos como para Millonarios se trató de un momento en que todo se convertía en la culminación de un sueño y el inicio de una pesadilla.
Las medallas pasaban de cuello en cuello, el estadio estaba envuelto en felicidad. Cantaban y bailaban los 45 mil hinchas que comenzaron a entonar melodías tan repetitivas de una música que había compuesto el alma. Todas dedicadas a quienes les habían entregado otra felicidad. Osorio volaba por los aires, cargado por unos jugadores que le mostraban su respeto. Ricos y pobres, negros y blancos, hombres y mujeres, aplaudían a rabiar desde el cemento, como testigos eternos de la vuelta olímpica del campeón.
El elenco que propició un 2013 espectacular, tenía tiempo para pensar. Para recordar. Ya en la mesa a manteles ofrecida por el Club en el Hotel Belfort horas después del título y en medio de las sonrisas de los familiares, todos miraban sin ver, que es como se ve más lejos, y repasaban momentos cumbres de su estelar momento. Y asomaba la fecha del 9 de diciembre de 2012 como la del máximo aprendizaje. La tarde en que se vencía 2-0 a Equidad en el Atanasio e Itagüí perdía en el último minuto con Medellín para quedar por fuera de la final de 2012. A Osorio, que siempre le interesó el camino del crecimiento, jamás el atajo de la fama, ese día lo golpeó ferozmente. Le costó recuperarse. Casi igual a lo que sucedió con la derrota en la Copa Sudamericana de este año. Pero la dignidad que tuvo su equipo esa tarde en la derrota, mostraba que el plantel adquiría fuerzas anímicas para convertirse en una fuerza sólida y confiable. No hubo ratas huyendo del barco, no hubo acusaciones, no se vendieron intimidades, no hubo confesiones de ocasión a través de las cuales se prendiera una hoguera que suele prenderse cuando pierde un grande. Aguantaron el duro momento y esperaron otra oportunidad. Osorio se confirmó allí como sabio conductor de grupo. Y lo hizo sin necesidad de promocionar códigos de vestuario. Ayudó a mostrar una infrecuente cara digna del fútbol. Y lo hizo en la derrota.
El técnico desde allí prosiguió en su discurso. Cada vez más fuerte, cada vez más convencido de que era el camino. Hay momentos del juego en que vale la libertad pero hay otros en que se debe priorizar el orden. Todos entendieron. Convicciones firmes, sentido de justicia, alta personalidad. Todos copiaron.
Las presiones por dirigir un equipo tan popular eran distintas y los tiempos más urgentes. Todos captaron. Presión asfixiante para recuperar la pelota cuando la poseía el rival, movimiento y opciones múltiples de pase cuando se disponía del balón, actitud permanente de orden para defender y de rotación para buscar agredir al rival. Todos actuaron.
Presionar arriba para buscar el balón más cerca del arco contrario y propiciar esfuerzos más cortos. Todos accedieron. Gracias a que el plantel se concientizó de los mensajes de su técnico, la rotación surtió efecto gracias al mensaje con el que se trasmitió: los 25 jugadores no pueden reclamar participación porque sería imposible, entonces no hay lugar al reclamo, ley elemental de la convivencia de un grupo de profesionales que no pelea las decisiones de otros, especialmente a alguien que no reclamó públicamente errores individuales. El resultado fue una inquebrantable filosofía que se convirtió en identidad. Atlético Nacional sabe a qué juega. Y lo hace en Medellín, en Barranquilla o en San Pablo.
Ya la noche se unía con el alba. Las calles de la ciudad nuevamente estaban inundadas de leyenda verde. Los corazones verdes palpitaban de una forma diferente. No eran los latidos cotidianos. Eran los latidos de una composición musical solamente entendida por quienes se acostumbraron a ganar. 20 vueltas olímpicas en la historia, hicieron del pueblo nacionalista, una familia experta en conseguir conquistas. Y si el equipo en la cancha había demostrado que por el momento nadie goza de la solidez esperable de un enemigo del elenco verdolaga, bicampeón de la Copa Postobón y defensor del título de la Liga, más hazañas se pueden esperar en este 2013.
Ya el Atanasio Girardot estaba vacío de gente, repleto de papel de título. Afuera el pueblo comenzaba el festejo. La ciudad estaba enloquecida. Y solamente cuando el bus del verde salió del estadio y recortó su figura en la distancia, entendimos que se iba el transporte de una institución plagada de gloria, orfebre de nuestras más sinceras y genuinas celebraciones y que podíamos suspirar nuevamente en paz gracias a un elenco que ha depositado en nuestro interior argumentos serios de cómo triunfar, cómo buscar el éxito y como legárselo a nuestras generaciones futuras, conociendo de cerca la posibilidad de abrazarse a la leyenda. Gracias Atlético Nacional. Gracias campeón.
2013 I: Somos campeones otra vez
Atlético Nacional consiguió una nueva corona en su largo historial y alcanzó su vuelta olímpica número 19 de su leyenda. Con 12 ligas, una Copa Postobón, una Superliga Postobón y cinco vueltas internacionales, el elenco verde es el más ganador de Colombia. Lo mejor: sus hinchas se sienten mareados de dar vueltas.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
Atlético Nacional consiguió una nueva corona en su largo historial y alcanzó su vuelta olímpica número 19 de su leyenda. Con 12 ligas, una Copa Postobón, una Superliga Postobón y cinco vueltas internacionales, el elenco verde es el más ganador de Colombia. Lo mejor: sus hinchas se sienten mareados de dar vueltas.
Por Ramón Fernando Pinilla H.
La pólvora estalla en el cielo de mi tierra. La algarabía nuevamente se apoderó de la tranquilidad de la noche. Una victoria apoteósica en Bogotá, permitió el delirio popular más grande del país futbolero. Atlético Nacional derrotó 2-0 a Santa fe en el estadio Nemesio Camacho El Campín y con eso nuevamente envió a su afición a contarle a las calles su felicidad. Doce estrellas en el escudo y siete títulos más de otros torneos, hacen de Atlético Nacional el equipo más ganador de Colombia. Y ese orgullo se lleva muy adentro del corazón.
Esas mismas personas que unos días antes de la final con Santa Fe se encargaron de ganar el campeonato, otorgándole al plantel el envión anímico necesario para jugar las dos finales ante los cardenales, además de miles de aficionados más, ya estaban en las calles de la ciudad, otros regados por todo el país, gritando su júbilo. Mientras tanto, cada vez más solos, los jugadores celebraban el título en El Campín. Hacía 37 años que Nacional no daba una vuelta olímpica colombiana por fuera de su casa. Había ocurrido en el lejano 1976 cuando Oswaldo Juan Zubeldía y sus muchachos se coronaban en Manizales. Esta vez Bogotá, que no permitió público de Atlético Nacional, observaba muy de cerca la grandeza que tiene el elenco Verdolaga.
La gente en Medellín y Colombia salía a gritar con los vecinos su alegría, mientras en Bogotá los futbolistas verdes recibían medallas de oro. Mientras El Campín en Bogotá se vaciaba, en el resto de Colombia las calles se llenaban de color, de música, de leyenda. Luego de 180 minutos en que Atlético Nacional fue infinitamente superior a Santa Fe, y lo doblegó en su casa 2-0 con tantos del inmenso Jeferson Duque y de Luis Fernando Mosquera, pudimos entender tantas cosas que solamente la alegría de tener el título en las manos, nos pudo corroborar. La credibilidad en el proceso del profesor Juan Carlos Osorio encontró destino y gracias a él, Nacional hoy vuelve a hablar de identidad. Triunfó su metodología, diferente a la nuestra, más moderna, más especializada, difícil de digerir, pero exitosa ciento por ciento. Por eso vemos hoy tantos detractores con sus armas mirando al suelo. Agazapados esperando una oportunidad que no van a encontrar porque definitivamente los jugadores lo ven como uno más. Se acabaron los rumores de los vestuarios verdes, nadie sale a vender el camerino, todos tiran para el mismo lado. Eso habla de un conductor que prefiere el consejo al regaño. Líder natural que no se confunde en las dudas.
Los cardenales no inquietaban. Tenían la pelota, pero no alcanzaban profundidad. Pasada la media hora de juego, el triunfalismo que había en El Campín comenzó a transformarse en incertidumbre. Era lógico, adelante había un equipo que no solo iba a vender cara la derrota, sino que había viajado a Bogotá a ganar, fortalecido en la impresionante muestra de afecto de una afición que consiguió lo que ninguna otra en Colombia: ganar un título. Por todas las calles de Medellín y de Colombia, los aficionados verdes observaban el partido, tranquilos en la seguridad que mostró esa noche el equipo, seguros de poder vencer, aliados con las emociones vividas en las horas previas cuando a los jugadores se les había entregado el corazón.
Parecía concluir la primera mitad nuevamente en ceros, como en el Atanasio Girardot, cuando ninguno de los dos elencos se hizo daño. Hasta que surgió el método con el que Nacional fue eficaz en el semestre y fulminante la majestuosa noche del 17 de julio de 2013 cuando quedó registrada la vuelta olímpica doce de la historia. Nacional recorrió los 100 metros de la cancha en cuatro pases y desde Farid Díaz, pasando a Macnelly Torres, Sherman Cárdenas y Jefferson Duque, en un fútbol vertical, el sello de la era de Osorio, consiguió un gol psicológico antes de ir a vestuario. Duque entraba a la historia con un derechazo al primer palo de un Vargas que estaba allí, sin saberlo, para hacer más grande a Nacional, no a santa Fe.
El recuerdo de los hinchas exaltados en el aeropuerto de Rionegro servía de escudo en la segunda mitad para frenar el ataque santafereño. La memoria apelaba a los momentos del recibimiento de la afición en Bogotá en el Puente Aéreo y basados en esas imágenes se intentaba buscar ampliar la diferencia en el arco del frente. El partido transcurría tranquilamente, Nacional no veía peligrar su estrella. Igual a lo sucedido ocho años atrás ante el mismo rival, esa gloriosa camiseta jugó un papel importante. El radiante estadio capitalino en cuestión de minutos había cambiado su escenografía. Ya no había fiesta en Bogotá, parecía que los habían invitado a una lúgubre ceremonia en la que no participarían del carnaval visitante.
Como nos lo manifestó nuestro amigo el profe Juan Carlos Castaño, “ha ganado la metodología contemporánea, después de tanta resistencia del sector tradicional. Ha triunfado el fútbol planificado con entrenamientos organizados y meticulosamente diseñados a las necesidades del grupo. Ha ganado la ejecución óptima de la periodización táctica, ha triunfado la inteligencia de juego basada en el entrenamiento funcional en donde la desidia no tiene participación. Ganó el complejo fenómeno de la rotación que integra elementos fundamentales como la cohesión del equipo, la honestidad, el conocimiento puntual sobre la fisiología y la anatomía”. En otras palabras, ha triunfado el cambio, ha triunfado alguien que estudió, tras recibir tantas críticas de algunos que se quedaron en el tiempo y no se permitieron la evolución que trae consigo el fútbol.
Los pitos, la maicena, el aguardiente era el común denominador de las calles de mi pueblo. No lo vi, pero es fácil imaginárselo. Lógico, tantas vueltas olímpicas te hacen acordar de cada uno de los detalles, por repetitivos. Por cercanos. Por imperecederos. Locura colectiva en cada esquina de Medellín, del Valle de Aburrá, de cada barrio. No hubo freno para el exceso. Nadie quería que lo controlaran y quienes debían controlar, preferían sumarse al festejo. Es la pasión, la esquizofrenia y la demencia que provoca este sentimiento, más popular que los demás, más grande, más exitoso, con más aguante. De pronto, Luis Fernando Mosquera recibió de Macnelly Torres y metió otro derechazo a la gloria con el que sentenciaba la estrella doce para Nacional. La celebración no la vi, me la escondieron los hinchas de Santa Fe abandonando El Campín y cuatro lágrimas que bajaron en ese momento por mis mejillas rumbo al corazón.
Una vez Imer machado pidió la pelota y alzó los brazos, comenzaron a escucharse en occidental y oriental algunos destellos verdolagas de hinchas camuflados que no quisieron perderse la gloria. Ya nadie los retiraba del estadio, habían burlado todo tipo de controles para estar con su equipo, así su elenco no se diera cuenta. Son las actuaciones que provoca este Atlético Nacional grande, inmenso, que luce en sus colores el brillo de una gigante afición que lo persigue por todos lados y no se detiene con ningún inconveniente. El frío cemento de El Campín se apoderaba de la óptica, y parecía hasta extraño que en la cancha hubiera una fiesta. Llegaron las fotos del campeón, la fiesta en el vestuario, los abrazos, la salida al aeropuerto y la llegada a Rionegro. El momento en que empezó otra historia. Similar a la del apoyo antes de partir, diferente porque ya no era un pedido sino un agradecimiento. Aquellas motos, vehículos y buses entre La Rondalla y el aeropuerto que dieron imágenes espectaculares. Aquellos hinchas montados en los colectivos despidiendo a su equipo ya no estaban, seguramente estaban otros que no permitían que el bus de Atlético Nacional avanzara a más de un kilómetro por hora. Aplausos, cánticos, color, fiesta. Es lo que produce el equipo Verdolaga.
El bus del campeón colombiano necesitó dos horas para avanzar 500 metros y poder salir del aeropuerto e internarse en la autopista hacia Medellín donde increíblemente (mentiras, para este pueblo está demostrado que no hay increíbles), lo esperaban más de diez hinchas al lado del estadio a las cuatro de la mañana. El recibimiento fue apoteósico. 10 mil próceres verdolagas vitorearon a su equipo recordando la gesta capitalina. La noche en que Juan Carlos Osorio dejó su impronta, ratificó su modelo y pateó el tablero de las tradiciones, refrescándonos una revolución futbolística propia de los distintos, de los diferentes, de los adelantados. Porque pensó la final en 180 minutos, no partido tras partido. Por eso el día que Wilson Gutiérrez en Bogotá quiso ofenderlo, él le llevaba cuatro días de ventaja de haber pensado la final. En El Campín, vimos el compromiso que Wilson Gutiérrez no supo jugar. Suficiente para pensar en que, en los próximos meses, la directiva no revisará el proyecto Osorio. El alba acompañaba la salida del bus verde hacia la sede. Allí viajaban los futbolistas campeones y los trofeos para las vitrinas. No importaba el cansancio, ni el poco sueño. Quedaban para siempre los momentos memorables en que los hinchas le habían puesto altivez a la conquista. Y la felicidad eterna de cada aficionado de irse a su hogar pensando seriamente en la gratitud que le debe a sus colores por el solo hecho de que Nacional siempre aparece, cuando existe una oportunidad como la de Bogotá.
Somos campeones otra vez
Atlético Nacional consiguió una nueva corona en su largo historial y alcanzó su vuelta olímpica número 19 de su leyenda. Con 12 ligas, una Copa Postobón, una Superliga Postobón y cinco vueltas internacionales, el elenco verde es el más ganador de Colombia. Lo mejor: sus hinchas se sienten mareados de dar vueltas.
Atlético Nacional consiguió una nueva corona en su largo historial y alcanzó su vuelta olímpica número 19 de su leyenda. Con 12 ligas, una Copa Postobón, una Superliga Postobón y cinco vueltas internacionales, el elenco verde es el más ganador de Colombia. Lo mejor: sus hinchas se sienten mareados de dar vueltas.
La pólvora estalla en el cielo de mi tierra. La algarabía nuevamente se apoderó de la tranquilidad de la noche. Una victoria apoteósica en Bogotá, permitió el delirio popular más grande del país futbolero. Atlético Nacional derrotó 2-0 a Santa fe en el estadio Nemesio Camacho El Campín y con eso nuevamente envió a su afición a contarle a las calles su felicidad. Doce estrellas en el escudo y siete títulos más de otros torneos, hacen de Atlético Nacional el equipo más ganador de Colombia. Y ese orgullo se lleva muy adentro del corazón.
Esas mismas personas que unos días antes de la final con Santa Fe se encargaron de ganar el campeonato, otorgándole al plantel el envión anímico necesario para jugar las dos finales ante los cardenales, además de miles de aficionados más, ya estaban en las calles de la ciudad, otros regados por todo el país, gritando su júbilo. Mientras tanto, cada vez más solos, los jugadores celebraban el título en El Campín. Hacía 37 años que Nacional no daba una vuelta olímpica colombiana por fuera de su casa. Había ocurrido en el lejano 1976 cuando Oswaldo Juan Zubeldía y sus muchachos se coronaban en Manizales. Esta vez Bogotá, que no permitió público de Atlético Nacional, observaba muy de cerca la grandeza que tiene el elenco Verdolaga.
La gente en Medellín y Colombia salía a gritar con los vecinos su alegría, mientras en Bogotá los futbolistas verdes recibían medallas de oro. Mientras El Campín en Bogotá se vaciaba, en el resto de Colombia las calles se llenaban de color, de música, de leyenda. Luego de 180 minutos en que Atlético Nacional fue infinitamente superior a Santa Fe, y lo doblegó en su casa 2-0 con tantos del inmenso Jeferson Duque y de Luis Fernando Mosquera, pudimos entender tantas cosas que solamente la alegría de tener el título en las manos, nos pudo corroborar. La credibilidad en el proceso del profesor Juan Carlos Osorio encontró destino y gracias a él, Nacional hoy vuelve a hablar de identidad. Triunfó su metodología, diferente a la nuestra, más moderna, más especializada, difícil de digerir, pero exitosa ciento por ciento. Por eso vemos hoy tantos detractores con sus armas mirando al suelo. Agazapados esperando una oportunidad que no van a encontrar porque definitivamente los jugadores lo ven como uno más. Se acabaron los rumores de los vestuarios verdes, nadie sale a vender el camerino, todos tiran para el mismo lado. Eso habla de un conductor que prefiere el consejo al regaño. Líder natural que no se confunde en las dudas.
Los cardenales no inquietaban. Tenían la pelota, pero no alcanzaban profundidad. Pasada la media hora de juego, el triunfalismo que había en El Campín comenzó a transformarse en incertidumbre. Era lógico, adelante había un equipo que no solo iba a vender cara la derrota, sino que había viajado a Bogotá a ganar, fortalecido en la impresionante muestra de afecto de una afición que consiguió lo que ninguna otra en Colombia: ganar un título. Por todas las calles de Medellín y de Colombia, los aficionados verdes observaban el partido, tranquilos en la seguridad que mostró esa noche el equipo, seguros de poder vencer, aliados con las emociones vividas en las horas previas cuando a los jugadores se les había entregado el corazón.
Parecía concluir la primera mitad nuevamente en ceros, como en el Atanasio Girardot, cuando ninguno de los dos elencos se hizo daño. Hasta que surgió el método con el que Nacional fue eficaz en el semestre y fulminante la majestuosa noche del 17 de julio de 2013 cuando quedó registrada la vuelta olímpica doce de la historia. Nacional recorrió los 100 metros de la cancha en cuatro pases y desde Farid Díaz, pasando a Macnelly Torres, Sherman Cárdenas y Jefferson Duque, en un fútbol vertical, el sello de la era de Osorio, consiguió un gol psicológico antes de ir a vestuario. Duque entraba a la historia con un derechazo al primer palo de un Vargas que estaba allí, sin saberlo, para hacer más grande a Nacional, no a santa Fe.
El recuerdo de los hinchas exaltados en el aeropuerto de Rionegro servía de escudo en la segunda mitad para frenar el ataque santafereño. La memoria apelaba a los momentos del recibimiento de la afición en Bogotá en el Puente Aéreo y basados en esas imágenes se intentaba buscar ampliar la diferencia en el arco del frente. El partido transcurría tranquilamente, Nacional no veía peligrar su estrella. Igual a lo sucedido ocho años atrás ante el mismo rival, esa gloriosa camiseta jugó un papel importante. El radiante estadio capitalino en cuestión de minutos había cambiado su escenografía. Ya no había fiesta en Bogotá, parecía que los habían invitado a una lúgubre ceremonia en la que no participarían del carnaval visitante.
Como nos lo manifestó nuestro amigo el profe Juan Carlos Castaño, “ha ganado la metodología contemporánea, después de tanta resistencia del sector tradicional. Ha triunfado el fútbol planificado con entrenamientos organizados y meticulosamente diseñados a las necesidades del grupo. Ha ganado la ejecución óptima de la periodización táctica, ha triunfado la inteligencia de juego basada en el entrenamiento funcional en donde la desidia no tiene participación. Ganó el complejo fenómeno de la rotación que integra elementos fundamentales como la cohesión del equipo, la honestidad, el conocimiento puntual sobre la fisiología y la anatomía”. En otras palabras, ha triunfado el cambio, ha triunfado alguien que estudió, tras recibir tantas críticas de algunos que se quedaron en el tiempo y no se permitieron la evolución que trae consigo el fútbol.
Los pitos, la maicena, el aguardiente era el común denominador de las calles de mi pueblo. No lo vi, pero es fácil imaginárselo. Lógico, tantas vueltas olímpicas te hacen acordar de cada uno de los detalles, por repetitivos. Por cercanos. Por imperecederos. Locura colectiva en cada esquina de Medellín, del Valle de Aburrá, de cada barrio. No hubo freno para el exceso. Nadie quería que lo controlaran y quienes debían controlar, preferían sumarse al festejo. Es la pasión, la esquizofrenia y la demencia que provoca este sentimiento, más popular que los demás, más grande, más exitoso, con más aguante. De pronto, Luis Fernando Mosquera recibió de Macnelly Torres y metió otro derechazo a la gloria con el que sentenciaba la estrella doce para Nacional. La celebración no la vi, me la escondieron los hinchas de Santa Fe abandonando El Campín y cuatro lágrimas que bajaron en ese momento por mis mejillas rumbo al corazón.
Una vez Imer machado pidió la pelota y alzó los brazos, comenzaron a escucharse en occidental y oriental algunos destellos verdolagas de hinchas camuflados que no quisieron perderse la gloria. Ya nadie los retiraba del estadio, habían burlado todo tipo de controles para estar con su equipo, así su elenco no se diera cuenta. Son las actuaciones que provoca este Atlético Nacional grande, inmenso, que luce en sus colores el brillo de una gigante afición que lo persigue por todos lados y no se detiene con ningún inconveniente. El frío cemento de El Campín se apoderaba de la óptica, y parecía hasta extraño que en la cancha hubiera una fiesta. Llegaron las fotos del campeón, la fiesta en el vestuario, los abrazos, la salida al aeropuerto y la llegada a Rionegro. El momento en que empezó otra historia. Similar a la del apoyo antes de partir, diferente porque ya no era un pedido sino un agradecimiento. Aquellas motos, vehículos y buses entre La Rondalla y el aeropuerto que dieron imágenes espectaculares. Aquellos hinchas montados en los colectivos despidiendo a su equipo ya no estaban, seguramente estaban otros que no permitían que el bus de Atlético Nacional avanzara a más de un kilómetro por hora. Aplausos, cánticos, color, fiesta. Es lo que produce el equipo Verdolaga.
El bus del campeón colombiano necesitó dos horas para avanzar 500 metros y poder salir del aeropuerto e internarse en la autopista hacia Medellín donde increíblemente (mentiras, para este pueblo está demostrado que no hay increíbles), lo esperaban más de diez hinchas al lado del estadio a las cuatro de la mañana. El recibimiento fue apoteósico. 10 mil próceres verdolagas vitorearon a su equipo recordando la gesta capitalina. La noche en que Juan Carlos Osorio dejó su impronta, ratificó su modelo y pateó el tablero de las tradiciones, refrescándonos una revolución futbolística propia de los distintos, de los diferentes, de los adelantados. Porque pensó la final en 180 minutos, no partido tras partido. Por eso el día que Wilson Gutiérrez en Bogotá quiso ofenderlo, él le llevaba cuatro días de ventaja de haber pensado la final. En El Campín, vimos el compromiso que Wilson Gutiérrez no supo jugar. Suficiente para pensar en que, en los próximos meses, la directiva no revisará el proyecto Osorio. El alba acompañaba la salida del bus verde hacia la sede. Allí viajaban los futbolistas campeones y los trofeos para las vitrinas. No importaba el cansancio, ni el poco sueño. Quedaban para siempre los momentos memorables en que los hinchas le habían puesto altivez a la conquista. Y la felicidad eterna de cada aficionado de irse a su hogar pensando seriamente en la gratitud que le debe a sus colores por el solo hecho de que Nacional siempre aparece, cuando existe una oportunidad como la de Bogotá.